Conozco gente entusiasmada con las ventajas de Uber y Airbnb. No todos son early adopters; algunos ni siquiera han usado esos servicios, pero han comprado la tesis de que la «economía colaborativa» va a cambiar nuestro mundo para bien, liberándonos – es un decir – de los abusos de taxistas y hoteleros. Ya puestos, algunos se han puesto a delirar con la aplicación del ´modelo Uber` a casi cualquier cosa o servicio. He pensado en ellos ayer, al leer que los abogados de las dos empresas se han presentado desafiantes ante una convocatoria de la FTC (Federal Trade Commission) de Estados Unidos, órgano que está tratando de entender si esas nuevas prácticas son susceptibles de regulación para proteger a los consumidores.
La postura de Uber ha sido contundente: «de la misma forma que se dice que el software se comerá el mundo [la frase es de Marc Andreessen, célebre inversor] podemos decir que la tecnología puede comerse la regulación». Los reguladores no se inmutaron ante esa posibilidad: ya están acostumbrados a casi todo.
En Washington DC han escuchado antes propuestas con este molde: ´las reglas no pueden ser las mismas porque la tecnología ha cambiado el mundo, así que dejen que nos regulemos por nuestra cuenta`. Esta vez se ha recurrido a un circunloquio: en lugar de autoregulación, «regulación delegada».
Airbnb llevó un discurso más elaborado: «los consumidores disponen hoy de más información y opciones que nunca, y vemos cada vez más cómo la reputación online es la mejor sanción contra los malos comportamientos de las empresas, una tarea que generalmente ha estado a cargo de los reguladores». Por si no me he explicado bien: que el regulador delegue en los regulados la función de regularse, en todo caso sobre la base de unas directrices genéricas.
Por su lado, los miembros de la comisión replicaron que de ninguna manera se trata de enjuiciar con carácter previo las prácticas peer-to-peer, sino de establecer – a petición de sectores arraigados y que cumplen las reglas existentes – si es preciso recomendar nuevas reglas para las nuevas prestaciones. Maureen Ohlhausen, miembro de la comisión, advirtió que con esta serie de audiencias, la FTC sólo pretende informarse, pero no es defensora ni detractora de ningún modelo de negocio en particular.
En respaldo de su posición, el enviado de Uber recomendó a los comisionados la lectura de los trabajos del profesor Arun Sundararajan, de la escuela de negocios Stern, en la New York University, especialista en la sharing economy. Por lo que he podido apreciar en el vídeo de una presentación, las opiniones de Sundarajan pueden darnos una perspectiva académica interesante, pero la madre del cordero no está en la universidad.
Tal vez los inversores compartan ideológicamente [o no, vaya usted a saber] la economía colaborativa, pero ven con preocupación que las dos compañías que encabezan ese movimiento estén ahora mismo bajo escrutinio preventivo de un organismo gubernamental. Las circunstancias han hecho ver a Travis Kalanick, fundador de Uber, la conveniencia de fichar a Rachel Whetstone, durante años directora de comunicaciones de Google, para ocupar el mismo puesto, y a David Plouffe, que fue estratega de campaña de Obama, como asesor para asuntos políticos.
Con «las circunstancias» quiero decir que Uber está negociando una financiación adicional «de entre 1.500 millones y 2.000 millones de dólares» para sostener un negocio que, sin ser rentable, se permite lucir un valor hipotético redondeado en 50.000 millones. Por su lado, Airbnb, cuyos costes son menores y su discreción es mayor, ha ´levantado` en el primer trimestre 1.000 millones, sobre la base de una valoración de 20.000 millones. El Wall Street Journal conjetura que ambas han empezado a acumular recursos para salir a bolsa en 2016. Pero, para entonces, deberán tener resueltos algunos grandes litigios que tienen abiertos en medio mundo, y saber si la idea de «regulación delegada» ha colado o no ha colado.